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GERSE Mária
Eduardo Mallea -- El narrador omnisciente


El punto de partida del crítico que analiza a Eduardo Mallea se ve siempre marcado por dos hechos importantes que caracterizan el grado de aceptación de la obra del escritor, así como por la contradicción entre estos dos hechos: Mallea, uno de los mayores novelistas argentinos contemporáneos es al mismo tiempo uno de los novelistas contemporáneos menos conocidos. Su desconocimiento no deviene de las escasas ediciones de sus obras, la década de los 90 ha visto aparecer sus trabajos en reiteradas ediciones, sino se debe a la carencia de críticas capaces de orientar la atención de los lectores hacia uno u otro autor y de mantener ese interés ya despertado. Esta falta de atención puede atribuirse al carácter reflexivo de toda la obra de Mallea, incluido su trabajo titulado Historia de una pasión argentina de profunda inspiración autobiográfica. Los estudios y críticas publicados sobre su obra le imputan al unísono haber sacrificado lo estético en aras de la moral. Y no se trata sólo de una mera constatación de los críticos, pues él mismo ha definido en la forma más fehaciente esta deficiencia:

"Todas las aspiraciones de mi vida han sido dirigidas en un sentido estético y en un sentido moral, pero la primera de estas vías ha ido volcándose cada vez más en el camino de la segunda, a fin de hacerse una sola." [1]

Durante toda su vida Mallea colocó, buscó y pregonó por encima de todo los valores morales. Su profunda moralidad determinó tanto sus concepciones literarias ("la literatura es la empresa del alma") como su postura con respecto a la novela:

"Yo no creo en la novela concreta llamada "realista", ni en la novela llamada "romántica", ni en la novela llamada "idealista", entre comillas. Creo en una serie rara y cimera de contados libros superiores que se elevan por sobre todas las clasificaciones porque no son relativos, porque cuanto reflejan es ante todo el producto de un acto de hambre infinito, extrahumana inteligencia y eternidad, extrahumana compasión, extrahumano dolor, extrahumana pregunta y extrahumana apelación al silencio material del mundo. La novela en que yo creo está por encima de todas las clasificaciones relativas y es una operación de visionarios. Por eso creo en ella: porque la siento una empresa sin fin que sin fin acomete un llamado novelista, el cual si hubiera llegado a su meta no habría dejado lugar a que existieran novelistas ya. No creo en las pequeñas novelas que se hacen al azar o por accidente, sino en la sola gran novela en inacabada transitación de mundo en mundo..." [2]

Es en este sentido como se vuelve en sus novelas a la Argentina visible e invisible, ya que, como escribe:

"Desde los tiempos de la organización nacional el trabajo de la Argentina visible ha sido de más en más un trabajo sin ensueño, un trabajo desprovisto de espiritualidad. Físicamente, en el sentido de la civilización confortable lo que se ha hecho es enorme, espiritualmente en el sentido de la cultura lo que se ha hecho es nada, lo que se ha hecho es regresar, regresar sin medida... vaga encarnación de vagos ideales en los cuales se oculta siempre la rudimentaria concepción positivista del bienestar y del progreso. No los visita en ningún caso esa necesidad de contradicción con uno mismo, de negación a sí, de duda activa, de rudo conflicto, de hostilidad agria y dramática frente a las circunstancias que se vive, sin los cuales ninguna vida nace porque ninguna vida puede nacer sino del conflicto cruel..." [3]

Las novelas de Mallea reflejan fielmente este diagnóstico y su peculiar punto de vista sobre la novela y la literatura. Sus personajes son argentinos que bregan fuerte, argentinos de verdad. Y para que lo sean el escritor ha puesto mucho cuidado en ello. Estaba convencido de que podía ser perfectamente universal solamente aquel que era profundamente nacional. En tal sentido consideraba modelos a seguir tanto a Shakespeare como a las glorias de la novelística rusa. Luchaba por una Argentina mejor y a la vez por la plenitud de la libertad humana, pues, según proclamaba, la libertad es el destino.

Él mismo, como los personajes de sus novelas, es un hombre inquiridor y luchador. No representa símbolos, como lo han sostenido y lo sostienen algunos de sus críticos, sino gente de carne y hueso, cuyos pensamientos, acciones y negligencias son determinantes desde el punto de vista de la dignidad de la vida humana. En sus ficciones el final coincide con el comienzo. Como escribe Graciela Scheines tan acertadamente: "Es como si el autor dijera a los espectadores y lectores al término de la obra: "aquí no ha pasado nada; aquí jamás puede pasar nada." [4] Mallea, igual que las luminarias de la literatura contemporánea, ha escrito para influir en los argentinos, "intervenir en su vida" para que la historia del país comience a moverse hacia adelante y que interrumpa su itinerario circular. Sus historias, en este sentido, revelan también el típico tono de los apólogos, modalidad que contribuyó a la formación de los géneros narrativos. En ellas predomina con intención convicta y confesa la enseñanza moral, a tal punto que ni siquiera la interpretación de la historia se la confía al lector. Su rol de narrador omnisciente es verdadero en el sentido más amplio y profundo del término; pero por eso mismo catalogará de aburridas las novelas de Mallea el lector corriente, el lector que mayormente capta solamente los fenómenos y significados superficiales de la vida. Debido a ésto, su verdadero propósito no lo conseguirá a pesar de su extraordinaria laboriosidad creativa porque sus ideas las expresa muchas veces de modo demasiado directo, a veces, incluso cuando la historia es ya de por sí debidamente convincente, no le deja espacio a la buena interpretación del lector. Contemplando las indignas vidas humanas, quería influir, a nivel de la causa instrumental, en el hombre, un ente determinado por su corporeidad en el espacio y en el tiempo, quien sin embargo siempre lleva consigo la opción de la libertad que se desprende de su condición de estar hecho a imagen y semejanza de Dios. Las novelas de Mallea pueden interpretarse correctamente sólo si rebasando conjuntamente con el escritor los límites establecidos creamos contacto entre los mundos material y trascendente. La vía que allí conduce es la palabra dirigida a los corazones abiertos, pero los corazones cerrados los abren en realidad las historias. Mallea se propone recorrer ambos caminos en la esperanza de apuntalar la edificación de otros con aquello que él ha entendido.

Onmiscencia y omnipresencia en Todo verdor perecerá

Acaso pequemos de injustos con Mallea si analizamos desde el punto de vista del narrador sólo una de sus novelas, pero es que así tal vez conozcamos mejor su concepción del narrador. Tomando en cuenta la obra del escritor, ya el propio título de la novela - además de sugerir tragedia y amenaza - reta al crítico a una investigación más profunda, al análisis de las correlaciones bíblicas. Cuánto más si consideramos que el conjunto de las informaciones presentes determinan básicamente el significado -tanto en general como en lo que respecta a la interpretación de la obra literaria. Es bien sabido que Mallea fue un escritor y crítico de amplísima cultura; sus obras abundan en alusiones tomadas de culturas anteriores. Estas aparecen intercaladas - algo comprensible - en la historia generalmente para respaldar sus propias concepciones, sus puntos de vista, o también sus análisis y valoraciones. Los intertextos de este sentido bien podrían constituir un objeto de análisis aparte. El título de la novela ha sido tomado de Isaías, el profeta "culto, amplio, representante de lo profundo y excelso en los juicios de los problemas y en las reflexiones teológicas de su tiempo". Las palabras de un profeta

"cuyo verbo se concentra en la interrogante de la existencia nacional. Ante la situación crítica toma postura por una política que busca la supervivencia únicamente en Jehová, en el Santo de Israel, en el señor de la historia, y rechaza los planes montados en el simple razonamiento humano... La enseñanza de Isaías sobre la fe tuvo considerable incidencia en el desarrollo del concepto de la fe en la Biblia. La propia expresión "creer" la pronuncia el profeta sólo en dos oportunidades, pero su contenido y gravitación acompañan toda su misión. En su concepto de fe es un nuevo y a la vez decisivo punto de vista la conjunción entre fe y promesa: la promesa es segura, mas hay que creer en ella... La fe demanda pleno compromiso de quien hace suya la promesa. Según Isaías la fe verdadera es confianza serena y espera vigilante que todo presente, incluso bajo cualquier circunstancia, guarda la seguridad de que Dios mantendrá su fidelidad, y el creyente actúa según ésto. Con ésto la promesa pronunciada se constituye en base de la esperanza presente." [5]

Esta inspiración profética no rige sólo para la novela; puede sentirse en casi todos los escritos de Mallea al presentar o invocar a la Argentina ya sea visible o invisible. Pero sus obras no son profecías cumplidas, sino la justificación de que bajo ciertas condiciones determinadas el cumplimiento de estas profecías es necesario e ineludible, pero hay una manera de sobrepasar los fracasos, saltando a otra dimensión. Esta lamentable a la par que alentadora afirmación es válida para Todo verdor perecerá. Vista así, la historia que allí se refiere acaso hasta pudiera servir de ejemplo de cómo junto a los rasgos psicográficos y conscientes de los personajes, así como la invariable vigencia de las circunstancias presentes, la novela resultaría predecible y podría ser ejemplo de la narración sin narrador tipo H. James. La historia del encuentro entre Agata Cruz y Nicanor Cruz - dos personas de naturaleza básicamente diferente, pero igualmente solitarias -, su matrimonio, su soledad colectiva y personal, así como la lucha que libran por sobrevivir con la naturaleza termina con la muerte de Nicanor. Agata cree renacer en la viudez, espera encontrar el verdadero amor, pero otra vez vuelve a la soledad irremediable que la destruye.

Con todo, no cabe duda la necesidad de narrador para el relato de la historia. [6]

Con respecto al narrador, la concepción de Mallea comprendía casi todas las determinaciones hasta aquí conocidas. Consideró al narrador como "determinador", quien no sólo es el agente de todo el trabajo de construcción, sino es responsable de todo enunciado de la novela, es omnisciente y omnipresente igual que en las novelas realistas, más aun su omniscencia y su omnipresencia corresponde a la noción de la novela malleana. Fiel a su función tan compleja de determinador revela los pensamientos de los personajes, en la novela dada casi siempre los delega a Agata para representar la interpretación femenina del narrador omnisciente. De otra manera no sería compatible el planteamiento de aspectos e interrogantes con el nivel intelectual de Agata. Todos los acontecimientos, sucesos y motivos son considerados, desde distintas perspectivas a partir de los enunciados del propio personaje a través de su caracterización, comentarios del narrador hasta valoraciones metafísicas del actante como criatura de Dios. Para justificar esta actitud de narrador analicemos un acontecimiento decisivo e ilustrativo de la novela:

Se trata de la visita de Nicanor en la casa de Agata y de su padre antes de casarse:

"Una tarde en que hablaban esperando al doctor a la puerta de la casa de ella. Levantó los ojos, y vio en aquel cuerpo que no le gustaba la sombra de una desdicha. Fue la primera vez que lo miró. Ninguna mujer necesita más que esto. Mirar fijamente una sola vez. La semilla está en la tierra... Más que esperar al esperado, no sería tal vez su destino de construir de dos pesadumbres una paz?... Hasta cuándo iba a esperar y con qué suerte?" [7]

De la cita anterior parece que la "explicación" del narrador aquí tiene todavía carácter de interpolación. Luego sigue la valoración relativa al personaje (Agata):

"Las cuestiones que podían instruirla, o que se referían a libros y al arte la dejaban tan indiferente como las que tenían por motivo las oscilaciones del tiempo... Tan sólo cuando en aquellas conversaciones se tocaba un tema humano, se aludía a una pasión, a un hecho dramático de esa índole, sus ojos se avivaban como de súbito castigados, y todo su cuerpo tendía hacia adelante, como si reconociera la voz de su casta." [8]

Las interrogantes siguientes de Agata son los medios de la aclaración selectiva. A nivel de la historia, e incluso de toda la obra, le bastaría con ello tanto al lector como al crítico. Al fin y al cabo, explican desde cierto punto de vista la actitud de Agata.

"Hasta cuándo iba a esperar y con qué suerte? Por qué toda esperanza ha de ser fatalmente triunfal? Si en vez de gloria, no traía el tiempo en su cesta más que los alimentos de tedio? Si en vez de algo mejor no traía más que infortunio y más infortunio? Echada en su cama, se debatía estre esas cuestiones." [9]

Luego sigue el planteamiento del problema, caracterizado por su vigencia universal, por su peculiaridad y por su constante manifestación, así como la búsqueda de explicación bajo el signo de "la única gran novela de Mallea". El escritor no sólo simplemente que generaliza o universaliza bajo el signo de la visión panorámica, sino que plantea la misma pregunta desde el punto de vista de la libertad humana:

"Por qué la mujer es un ser reducido a la espera? Por qué no podía salir a averiguar por su cuenta la cantidad de ilusión que podía permitirse? Por qué una mujer de veinte años es inferior a una loba, a una garza, a una hembra de animal andariego, las cuales deciden a solas por el campo de Dios su libre elección del camino? Por qué la hembra de la especie más alta es la más prisionera?" [10]

En realidad la delegada voz narradora, su carácter mismo, en parte tangibles en la historia, son analíticos, expositivos, más aun, hasta recapituladores, aunque siempre pueden separarse bien de las interpolaciones del narrador y de sus postulados definitivos; y ésto es así incluso cuando las dos voces se funden en la misma oración: "Lo que sabía es que, por dentro, su cuerpo tenía la forma de una gran omisión, así como la forma de la oscuridad es su omisión de luz." [11] No cuesta descubrir en esta afirmación las palabras de San Agustín sobre la caridad, la luz y el pecado. La enfermedad de Nicanor Cruz, la historia que refiere su mal, nos perfilan con fidelidad al narrador como determinador. Crisis en la crisis, posibilidad de respaldo mutuo y, frente a ello, la preparación y anticipo del intento por salir de la vida. No es que cobre fuerza, sino que vuelve a robustecerse en todo lo que le empuja a la tragedia:

"... ella estuvo toda la noche despierta, en la cama de al lado, boca arriba, con los ojos inmóviles, abiertos. Pensaba sin enternecerse, seca, en su padre médico y en las amigas del puerto, Ingeniero White, y en los rostros y en las cosas que había visto en esos quince años. Estaba ahí boca arriba oyendo el delirio de ese ser que no pronunciaba un solo nombre humano, sino pedazos de frases o nombres del cereal o frutal, mezclado todo con quejas sordas, con ayes... Agata dejó sus ojos en Nicanor; pero no lo veía. Lo que veía era esta infinita miseria, toda esta vida inútil e ignominiosa, la inutilidad de la vida y del mundo." [12]

El narrador formula la estúpida soberbia del ser natural -"solo la carne floja necesita ayuda"- por boca de Nicanor.

En la segunda parte de la novela - cuando tras la muerte de Nicanor a Agata se le presenta una nueva posibilidad -, las declaraciones del narrador omnisciente son intradiegéticas; deja que el mundo y la sociedad, hablen por sí mismos, y las acciones de Agata también se acomodan - en parte - a esta situación, pero será el pasado el que básicamente determine lo que pase con ella. El narrador omnisciente muestra hasta qué punto es determinante su pasado; en realidad quien actúa no es ella, sino -salvo muy raras excepciones en la novela- sino que a ella le suceden las cosas. A ésto alude el paréntesis siguiente -de clara inspiración senequista- que hace el narrador:

"Pero si siempre ha estado fuera de la vida, por qué pensar que no ha de seguir así hasta que desaparezca? La vida es de los otros. La vida es esta gente pobre del puerto; ese trabajo; esa guerra de que se habla. Mira toda ella es una mentira, comparada con ese movimiento de personas en la población. Sólo es verdad lo que es capaz de comunión. Comunión? Quién pensó llamarla nunca a comunión?: Dios - la tierra? Nadie, nada. Ah, sería posible! Sería posible que ni siquiera en la eternidad tuviera sitio al lado de otras almas? Los que han sido queridos, los que han querido en la tierra, esos llevan algo. Pero lo que de aquí no se llevan nada, los que no se llevan más que la semilla de la soledad eterna..." [13]

Repasando su suerte individual, termina concluyendo:

"Si se hubiera esforzado en querer a Cruz... No fue todo obra de un espantoso orgullo? ¡Qué culpabilidad! El que no se viene a querer, a construir algo en común a fuerza de ternura y perdón, qué horroroso destino... " [14]

Frente a este destino horrible y trágico la sociedad es indiferente, o incapaz de ayudar, y no hace sino mirar con desconfianza a los marginados. Más cruel todavía es la reacción de los niños frente a los indefensos. El narrador lo condensa en pocas palabras: "Combatían a fuerza de literatura; lo habían leído tantas veces... Así era la guerra." [15] ¡Advertencia, apólogo y explicación! Al final de la novela -retornando al punto inicial de su vida- Agata tropieza en su camino con una cruz con la inscripción: Ego sum via, veritas et vita. Esto representa una posibilidad para Agata, pero con ésto el narrador nos demuestra lo perecedero de sus recursos y posibilidades.

El escritor y su delegado, el narrador, no quieren impactar con lo que exponen y refieren, sino incitarnos a reparar en lo que falta y que puede liberarnos del pasado abriéndonos el sendero hacia el amor. La fe, la fuerza creadora que de ella nace, la esperanza que nos trae la confianza de que el futuro nos deparará más de lo que podemos esperar a base del pasado, y el amor, "cuya esencia es, con toda seguridad, la capacidad de penetrar sin agravio alguno en la esencia de otra persona, así como la esencia de toda suerte de tiranía y odio es la voluntad que apunta al predominio de una voluntad psíquica consciente sobre la otra." [16]



[1] Mercedes Pinto Genaro: Eduardo Mallea, Novelista Ed. Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1976
[2] Eduardo Mallea: Las Traverías II, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1962, pág. 125
[3] Graciela Scheines: Las metáforas del fracaso, Casa de las Américas, La Habana, 1991
[4] Graciela Scheines: Las metáforas del fracaso, Casa de las Américas, La Habana, 1991
[5] Rózsa Huba: Az Ószövetség keletkezése II., Szent István Társulat, Budapest, 1996, pág. 112
[6] Ver Antonio Garrido Domínguez: El texto narrativo, Ed. Síntesis, Madrid, 1993
[7] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988, pág.49
[8] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988, pág.46
[9] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988, pág.51
[10] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988,pág.
[11] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988,pág. 71
[12] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988,pág. 85
[13] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumne II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988,pág. 152
[14] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988,pág. 154
[15] Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá (in: Obra completa, Volumen II), Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1988,pág. 158
[16] Northrop Fyre: Az ige hatalma, Európa Könyvkiadó, Budapest, 1997, pág. 168



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